Una persona libre es alguien que toma decisiones por sí misma

Harry Emerson Fosdick, con su aforismo, «La libertad es siempre peligrosa, pero es lo más seguro que tenemos», nos invita a reflexionar sobre la paradoja inherente a la libertad humana. Esta afirmación, aunque puede parecer contradictoria a primera vista, encierra una profunda verdad sobre la naturaleza de la libertad y el papel que juega en nuestras vidas.

La libertad, en su esencia, implica la capacidad de elegir: elegir nuestras acciones, nuestras respuestas a las circunstancias, y en última instancia, el curso de nuestras vidas. Pero con cada elección viene la responsabilidad de las consecuencias, lo que puede ser una fuente de temor y ansiedad. Es aquí donde la libertad se convierte en un doble filo, ofreciéndonos el poder de determinar nuestro destino mientras nos enfrenta al peso de nuestras decisiones.

Tendemos a considerarnos libres cuando las decisiones que tomamos parecen fáciles, cuando las opciones a nuestra disposición nos prometen beneficios sin aparentes contrapartidas. Sin embargo, esta sensación de libertad es superficial y engañosa. La verdadera libertad va más allá de la mera capacidad de elegir entre opciones favorables; se trata de la capacidad de tomar decisiones conscientes incluso cuando enfrentamos dilemas difíciles, cuando las opciones disponibles implican sacrificios y cuando el camino a seguir está lleno de incertidumbres.

Una persona verdaderamente libre es aquella que, en lugar de ser dirigida por hábitos arraigados, impulsos momentáneos, miedos paralizantes o barreras mentales autoimpuestas, se guía por una reflexión profunda y principios sólidos. Esta persona reconoce que la libertad implica más que la ausencia de coacción externa; implica también la liberación de las cadenas internas que limitan nuestro potencial y nublan nuestro juicio.

En el contexto actual, donde el mundo experimenta transiciones rápidas y a menudo turbulentas, la libertad adquiere una dimensión aún más crítica. Este período de cambio nos desafía a reconsiderar nuestras concepciones previas, a enfrentar lo desconocido con apertura y a estar dispuestos a explorar nuevas experiencias. Nos recuerda que la libertad no es simplemente un estado de ser, sino un proceso continuo de autoafirmación y crecimiento.

La verdadera enseñanza que podemos extraer de estos tiempos de transición es la importancia de avanzar valientemente hacia lo desconocido, asumiendo los riesgos que ello implica. Esto no significa actuar imprudentemente o sin consideración de las consecuencias, sino más bien reconocer que el acto de elegir, con todas sus incertidumbres y potenciales peligros, es fundamental para nuestra realización como seres humanos libres.

Por lo tanto, la afirmación de Fosdick resuena con una verdad universal: la libertad, con todos sus riesgos, es el fundamento de nuestra dignidad y autonomía. Es en el ejercicio de nuestra libertad donde encontramos nuestra mayor fuerza y seguridad, no porque nos garantice resultados siempre favorables, sino porque nos permite vivir de acuerdo con nuestros valores más profundos, explorar nuestro verdadero potencial y participar activamente en la construcción de nuestro destino. Aceptar la peligrosidad de la libertad es, paradójicamente, el camino más seguro hacia una vida plena y significativa.

Los invitamos a leer el artículo completo publicado por el Lic. Mariano Qualeta en su perfil de Linkedin:
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