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La distancia de estar conectado

Tal vez existe un falso concepto de que la tecnología nos une de forma fehaciente con pares, posiblemente debido a que nos da una idea de cercanía hacia ellos.

Mariano Qualeta
Mariano Qualeta

Tal vez existe un falso concepto (estereotipo) de que la tecnología nos une de forma fehaciente con pares, posiblemente debido a que nos da una idea de cercanía hacia ellos. De hecho, según ciertos teóricos, conectarnos mediante redes sociales, donde muchas personas empaticen por supuestas coincidencias, también puede evitarnos vivir relaciones íntimas reales, aunque interactuemos virtualmente con los otros. Esta forma de intentar vincularnos tampoco nos garantiza poder combatir las angustias ocasionadas por la soledad propia de ser individuos. A ciencia cierta, nos aleja de la realidad o, peor aún, hace de ella una ficción.

La cultura, catalizador del contexto, siempre nos ha ayudado a comprender la realidad, no sólo mediante la creación de códigos compartidos –como el lenguaje, los rituales y las costumbres–, sino también colaborando con el fin de que podamos crear los “anticuerpos” necesarios para enfrentar situaciones apremiantes. Lejos de darnos todo servido, esto último lo logra desafiándonos para que resolvamos ciertos rompecabezas.

Desde hace más de medio siglo, muchos teóricos nos vienen advirtiendo que, de la mano de la tecnología y la especulación productiva, estamos construyendo una cultura cada día más impersonal, superficial y fugaz que nos sirve una comida casi digerida, y que no nos ayuda a afrontar los problemas relacionados con la angustia generada por la impermanencia de las cosas, la soledad del individuo y el motivo por el cual hacemos lo que hacemos.

En esta época de radical transición en la que la gente se ve impulsada a interpelarse, nuestro contexto no está preparado para contener y mucho menos para alentar tales cuestionamientos. Por lo tanto, se predispone a crear sitios donde las personas podamos encontrarnos a través de coincidencias que nos tranquilicen y en los que nuestras soledades se diluyan.

Facebook, WhatsApp, Instagram y otros resultan ser los territorios que denuncian las sequías de batallas personales perdidas o inexistentes. Esos son los llamados procesos de homogeneización y de condensación de la heterogeneidad de la sociedad. Se trata de escapes o fugas hacia la frivolidad –entendida como superficialidad–, un espacio donde lo denso y lo pesado se disuelven y se vuelven livianos. Algo así como la gravedad lunar.

Las sociedades en las que las instituciones como la Iglesia y la política han perdido el camino dejan de tener el carácter de redes sociales que permitan condensar estos dolores del ser, para conformar espacios en los que se comparten soledades epidérmicas. Existen acuerdos tácitos en la aglomeración: no encontrarnos con nosotros, más bien con lugares donde nos veamos siendo el otro; un verdadero fenómeno de la masa virtual.

¿Qué sucede, en realidad? Estamos más lejos de los demás de lo que creímos, en una corrida indiscriminada por coleccionar una multitud con la que nos será imposible interactuar. Esa carrera nos deja exhaustos y vacíos. Porque nuestra relación no es con el otro, sino con el intermediario: el medio. Y este último es el que manda, el que nos dice lo que tenemos que ser y hacer, el que nos va direccionando.

Aquí se hace presente una de las características más sobresalientes de esta sociedad, es su carácter, esquizoide, que significa falta de contacto. Es el hecho de evitar relaciones íntimas como un mecanismo de defensa de una población que teme sentir. Desarrolla una fuerte capacidad de simulación o ficción de la realidad. Según Anthony Storr, esto es producto de un hombre tecnológicamente desmedido que tiene la convicción de que nadie puede amarlo como es, de que se lo ataca y se lo puede humillar con críticas. Es una carrera desmedida y deshumanizada por ser quienes no somos y por tener no sólo más de lo que necesitamos, sino menos de lo que verdaderamente deseamos.

En definitiva, quien se homogeniza entra en un contexto, se siente que forma parte de algo, pero queda distanciado de sí mismo y de sus necesidades esenciales. La de sentirse, en principio, integrado con uno, para poder constituir vínculos profundos con unos pocos otros.

¿Cuáles son estas necesidades esenciales?

La de escuchar y sentirse escuchado, la de sentirse comprendido -aunque perdido-, la de sentir que podemos compartir emocionalmente un lugar, un momento, una charla o un presente con otro. Sentimos que nos modificaron el juego, lo sabemos íntimamente, pero no podemos reconocer los lugares comunes, las nuevas reglas que no existen –porque se están creando dentro de nosotros– o que cambian en un abrir y cerrar de ojos con cada fracción nueva de información y experiencia.

Propongo cinco estrategias de abordaje para este entorno de aislamiento emocional.

1-    Distingamos que estar conectados no nos garantiza estar cerca ni, mucho menos, desarrollar una relación íntima con uno mismo y con el otro.

2-    Desaceleremos la obtusa carrera por multiplicar nuestros contactos como mecanismo de defensa para que, al estar con varios, no nos arriesguemos emocionalmente con nadie.

3-    Regulemos nuestros mecanismos de sobreadaptación a los medios, entendamos que hay una realidad virtual (ficción) que precisa interactuar con nuestra realidad individual.

4-    Aceptemos que podemos sentirnos “extraviados” cuando, al desconectarnos de las necesidades creadas por los medios, estamos reconfigurando nuestra relación con nosotros mismos y nuestro contexto: podemos no tener muy claro quién somos y qué queremos.

5-    Comprendamos, entonces, que vamos a necesitar activar nuestros mecanismos reflexivos para aprender a vernos y contemplarnos, y así identificar nuestras necesidades esenciales.

 

Lic. Mariano Qualeta, psicólogo clínico y organizacional. Fundador de MQ & Asociados, organización dedicada a procesos de transformación en contextos de cambio programado y disruptivo. Miembro fundador de Asertys. como referente de la Práctica de Talento y Desarrollo Ejecutivo. Coach de propietarios de empresas y alta gerencia; ha sido responsable de diseñar y liderar múltiples procesos de desarrollo y salud organizacional, en contexto en crisis, en firmas como Bristol Myers Squibb, Teva Argentina, Ferring Argentina, Close up, IBM Argentina y Latam, Novo Nordisk y Tenaris, entre otras. Ha sido docente de la Universidad del Salvador.

Más información en www.mqasociados.com.ar y www.linkedin.com/company/mq-asociados

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