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¿Aceptás tu sensibilidad?

La historia nos muestra que el concepto de «ser hombre» ha estado en constante transformación. En las antiguas civilizaciones, ser hombre significaba ser guerrero, cazador, protector de la tribu. Estos roles requerían de una fuerza física considerable, así como de una capacidad para enfrentar y superar el miedo ante la adversidad. La supervivencia de la comunidad dependía de estos hombres, y su valentía era recompensada con honor y estatus.

Mariano Qualeta
Mariano Qualeta

«Nada es más lento que el verdadero nacimiento de un hombre». Con estas palabras, Marguerite Yourcenar nos invita a reflexionar sobre la complejidad y profundidad de la existencia humana. Esta afirmación se convierte en el punto de partida para un viaje a través de las múltiples facetas de la masculinidad a lo largo de la historia, cómo ha evolucionado y cómo se ve desafiada en el contexto contemporáneo.

La historia nos muestra que el concepto de «ser hombre» ha estado en constante transformación. En las antiguas civilizaciones, ser hombre significaba ser guerrero, cazador, protector de la tribu. Estos roles requerían de una fuerza física considerable, así como de una capacidad para enfrentar y superar el miedo ante la adversidad. La supervivencia de la comunidad dependía de estos hombres, y su valentía era recompensada con honor y estatus.

Con el paso del tiempo, la sociedad fue evolucionando, y con ella, el papel del hombre. La Revolución Industrial marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. Los hombres dejaron los campos para trabajar en las fábricas, convirtiéndose en engranajes de una maquinaria mucho mayor. Esta transición no solo cambió su entorno laboral, sino que también modificó la dinámica familiar. Los hombres se encontraron atrapados en jornadas laborales extenuantes, alejados de sus hogares por largas horas, lo que inevitablemente impactó su conexión emocional con sus familias.

A medida que la sociedad continuó su avance hacia la modernidad, el concepto de éxito masculino se vinculó cada vez más con la acumulación de riqueza, poder y estatus. Los hombres fueron alentados a ser competitivos, ambiciosos y emocionalmente autosuficientes. La vulnerabilidad, la empatía y la expresión de emociones fueron vistas como signos de debilidad, características que no encajaban con el ideal de masculinidad.

Sin embargo, las últimas décadas han traído consigo un cambio significativo en la percepción de lo que significa ser hombre. La lucha por la igualdad de género, el reconocimiento de los derechos LGBT+ y la creciente aceptación de la diversidad han cuestionado las normas tradicionales de género. Se ha abierto un espacio para dialogar sobre la toxicidad de ciertos aspectos de la masculinidad tradicional y la necesidad de redefinirla.

Este proceso de redefinición no ha sido fácil. Muchos hombres se encuentran atrapados entre las expectativas tradicionales de lo que significa ser «fuerte» y la creciente aceptación de la sensibilidad y la vulnerabilidad como aspectos valiosos de la experiencia humana. Este conflicto interno plantea preguntas fundamentales: ¿Cómo pueden los hombres ser fuertes y al mismo tiempo permitirse ser vulnerables? ¿Es posible ser sensible sin ser percibido como débil?

La respuesta a estas preguntas radica en la comprensión de que la verdadera fuerza proviene de la autenticidad y la integridad. Ser fuerte no significa ocultar las emociones o rechazar la compasión; más bien, significa tener el coraje de enfrentar los propios miedos, aceptar la propia vulnerabilidad y ser empático con los demás. La verdadera masculinidad se manifiesta en la capacidad de ser plenamente humano, con todas las complejidades y contradicciones que ello implica.

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